Isabel de Segura y Juan Martínez de Marcilla (también identificado como Diego de Marcilla), eran dos jóvenes habitantes de la ciudad española de Teurel, situada al sur de Aragón. Ella bella joven, hija de un mercader, mientras que Diego era un hombre honrado, pero pobre. Un día, se encontraron en el mercado y quedaron prendados el uno del otro. Diego le manifestó su deseo de tomarla como esposa, ella le dijo que deseaba lo mismo, pero que, para hacerlo, tendría que contar con la aprobación de sus padres. Como el padre de Isabel no lo aceptaba por su falta de recursos, Diego le dijo a la doncella que, si ella quería esperarlo cinco años, él saldría a buscar fortuna donde fuera necesario para poder ganar dinero y ser merecedor de pedirla en matrimonio. Ella accedió a la promesa y así se cumplió por ese tiempo.
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Los amantes cruzados por las estrellas
Diego logró hacer algo de fortuna luchando en la Reconquista, pasados los cinco años obtuvo cien mil sueldos. Mientras tanto, Isabel era importunada por su padre para que tomase marido. No obstante, ella logró impedir que la casara diciéndole que había hecho voto de virginidad hasta que tuviese veinte años y sosteniendo que las mujeres no debían casarse hasta que pudiesen y supiesen dirigir su casa. Luego de que pasaron cinco años, el padre le dijo: «Hija, mi deseo es que te cases». Isabel, que se mantuvo esperando a su amado por ese tiempo, terminó accediendo a las solicitudes paternas, porque creyó que Diego había muerto, al no aparecer en el tiempo acordado, ni tener ninguna información de su paradero. El padre, finalmente, arregló matrimonio con un pretendiente rico y el mismo día que se celebró la boda, luego de pasar toda tipo de contratiempos, Diego de Marcilla regresó. ¡Cuánta desdicha hubo de enfrentar al enterarse que su amada había contraído matrimonio al creerlo muerto!
Durante la noche, Diego logró entrar sin ser visto a la recámara en que los esposos dormían, y con mucho cuidado despertó a Isabel, rogándole entre susurros que lo besara con las siguientes palabras: «Bésame, que me muero», y ella le respondió dolida: «Quiera Dios que yo falte a mi marido; por la pasión de Jesucristo os suplico que busquéis a otra, que de mí no hagáis cuenta, pues si a Dios no ha complacido, tampoco me complace a mí». Él insistió: «Bésame, que me muero». Repuso ella: «No quiero». Entonces él cayó muerto.
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Las nuevas sinastrías de almas
Isabel lo veía con claridad porque la habitación estaba muy iluminada, se puso a temblar y despertó al marido diciendo la hacía sentir miedo por sus ronquidos y que le contara alguna historia. El esposo le contó una burla. Ella le dijo que quería contar otra. Y le contó lo ocurrido y de cómo de un suspiro Diego yacía muerto a los pies de su cama. Dijo el marido: «¡Oh, malvada! ¿Y por qué no lo has besado?». Repuso ella: «Por no faltar a mi marido». «Ciertamente, dijo él, eres digna de alabanzas». Alterado, se levantó y no sabía qué hacer. Decía: «Si las gentes saben que aquí ha muerto, dirán que yo lo he matado y seré puesto en gran apuro». Entonces. acordaron trasladar el cadáver a casa del padre de Isabel. Lo hicieron con mucho cuidado para no ser oídos por nadie.
La joven doncella sintió remordimiento por no haberle dado el beso que tanto le rogó Diego, por lo que pensó en ir a besarlo antes de lo sepultaran. Fue así como llegó a la iglesia del señor San Pedro, donde lo tenían. Las mujeres honradas se levantaron al verla llegar. Ella no se preocupó de otra cosa más que de ir hacia el muerto. Le descubrió la cara amortajada con un blanco lienzo, y lo besó tan fuerte que allí murió.
Las gentes que veían que ella, que no era parienta, estaba así yacente sobre el muerto, fueron para decirle que se quitase de encima, pero vieron que estaba muerta. Finalmente, al enterarse el desdichado marido, contó el caso a todos los presentes, tal como ella se lo había contado. Fue así que entonces acordaron enterrarlos en una sepultura juntos para siempre.
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Los asteroides del amor
Una escultura en Teruel conmemora la leyenda en la que las tumbas de los amantes están juntas, con un brazo extendido como para tomarse de las manos, pero que no llegan a tocarse. Y cada año se celebra una fiesta teatral para recordar la leyenda de los amantes.
Este es otro ejemplo de historias de amores atravesados por las estrellas.
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