Naturalmente, como la Tierra es una bola de respetables dimensiones, no todos los hombres y mujeres que la habitan y cuyos signos solares forman la configuración 5-9 son amantes extáticos o de otro tipo. Algunos no son más que amigos excepcionalmente tolerantes, afectuosos y platónicos, que comparten experiencias con una rara coincidencia de opiniones. Algunos no son más que conocidos fortuitos, que se saludan alegre y afablemente. La mayoría son desconocidos, cuyos caminos nunca se cruzan en esta vida. También hay otros Leones y Arqueras que, no obstante las magníficas oportunidades para entenderse armónicamente que por lo general les dispensan sus soles en trígono, comparten graves desavenencias planetarias y aspectos negativos de las luminarias o ascendentes entre sus respectivas cartas natales, y cuyas cuerdas kármicas y colores aurales discordantes vibran de una manera tan turbadora que nunca se acercan en la medida suficiente para causarse el uno al otro una dicha extrema o una aflicción extrema.
Esto vale, por supuesto, para todas las configuraciones 5-9. y no sólo para Leo y Sagitario. De una manera análoga, pero opuesta, hay hombres y mujeres cuyos soles forman la configuración 4-10, tradicionalmente tensa y difícil, pero cuyas otras configuraciones natales son poderosamente benéficas, y que por tanto descubren juntos una fácil compatibilidad. Igualmente, hay que recordar que éstas son las excepciones que prueban la regla. Por consiguiente, no toda chica Sagitario bate palmas deleitada y admirada ante la inteligencia y superioridad del León. Algunas Arqueras se negarán a aplaudir, o en verdad a rendir cualquier tributo a las virtudes de Leo, y unas pocas incluso se atreverán a abuchear al Rey de la jungla cuando éste exhiba sus talentos. De nada servirá que nos ocupemos de estos hombres Leo y mujeres Sagitario ocasionalmente incompatibles y evidentemente desavenidos, derrochando espacio. No sólo se aburrirían ellos, al leer sus respectivas historias, sino que debemos pensar en todas esas Centauros femeninas que se sienten magnéticamente atraídas y que están predestinadas a acoplarse tempestuosa pero apasionadamente, y en los encantadores Leones que las adoran. De modo Ole será mejor que concentremos nuestra atención en estas parejas Leo-Sagitario, y que les aconsejemos a las restantes que busquen la felicidad y la armonía en otra parte.
Aunque no todos los hombres Leo y las mujeres Sagitario están predestinados a encontrarse y enamorarse auténticamente, quienes sí lo están forjarán un vínculo que no es fácil de romper. ¡Pero lo intentarán! Es posible que, en varias ocasiones, estos dos parezcan compartir un solo atributo: el deseo de machacarse recíprocamente sus egos saludables hasta reducirlos a trémulos complejos de inferioridad. No se dejen engatusar. Las apariencias engañan más a menudo de lo que se supone. Lo que hacen en realidad es poner a prueba su relación, mediante una extraña combinación que consiste en buscar simultáneamente una afirmación y una negación. Una afirmación de su lealtad y devoción recíprocas… y una negación de su temor igualmente recíproco a ser defraudados por la fe mutua que exige eternamente el amor. Éste es un juego muy natural para los signos de Fuego, y Leo y Sagitario aprenden rápidamente las reglas porque nacieron en elementos de Fuego. Si tienen suerte (y hay que agradecer que la mayoría de los Leo y Sagitario, aunque no todos, sean inusitadamente afortunados), aprenderán en un lapso razonable que derrochan una plétora de horas felices al jugar este juego de verificaciones. Si no tienen tanta suerte, y si sus soles individuales normalmente afortunados fueron menoscabados a la hora del nacimiento, desperdiciarán mucho tiempo, e intercambiarán muchas magulladuras emocionales, antes de comprender que su comportamiento es muy necio.
Por ejemplo, el León se excederá de lo que sabe muy bien que es justo y tiranizará arrogantemente a la chica Arquero que ama, exigiéndole que obedezca sus deseos si no quiere que la prive de su sonrisa radiante y de sus cálidos y fuertes abrazos, con la pretensión de que ella le sirva como si fuera una fregona, mientras la sermonea o la regaña implacablemente por la menor insubordinación, y no le permite «una libertad de opinión ni actividad exterior en la que ella podría igualar o eclipsar de alguna manera los logros de él. No es realmente un dictador, y tampoco desea ni se propone ser cruel o despótico. Sólo juega silenciosa, desesperadamente (a menudo inconscientemente) al juego de la verificación, buscando un testimonio de su lealtad, una prueba de su devoción… y para ello necesita comprobar hasta qué punto está dispuesta a someterse, hasta dónde puede llegar él antes de que ella confiese que no lo ama tanto como juró al principio. (Pero rogando fervientemente durante todo este tiempo que ella sí lo ame.) Luego la pondrá a prueba buscando no una afirmación positiva sino una negación.
Él se enfurecerá o rugirá, o se enfurruñará y pondrá mala cara por el menor «hola» que ella le dirija a otro hombre, y la acusará de todo menos de un adulterio concreto (o aun incluso de éste), sin el menor fundamento o causa, mientras experimenta el anhelo secreto y la necesidad torturante de que ella niegue reiteradamente que haya podido pensar siquiera en traicionarlo con otro. Cuanto más ultrajada e indignada se muestre ella, más clara será la negativa… y más seguro se sentirá él. Entonces le tocará a ella el turno de mover sus fichas en el tablero del Monopoly romántico. Como tiene plena conciencia (su inteligencia es brillante y rápida) de que este hombre siempre está ávido de cumplidos sinceros, ella lo matará deliberadamente de hambre, le negará incluso la mínima migaja de admiración aunque él se esfuerce desmedidamente por impresionarla. Lo pone a prueba, verán, para saber cuánto empeño pondrá en triunfar, qué alturas escalará, qué hazañas imposibles realizará para conquistar su atención y su aplauso. ¿Cuánto valen éstos para él? Si dejara de importarle lo que ella piensa, ya no la amaría como juró amarla al principio. Luego, como también sabe perfectamente cuánto sufre él cuando pisotean su orgullo masculino delante de sus amigos, ella lo abochornará deliberadamente cuando tenga testigos, menoscabándolo, o contando alguna historia íntima suya que lo ponga en ridículo. Secretamente (a menudo inconscientemente), la Arquera desea que después, cuando estén solos, él descargue sobre ella una cólera y una furia estentóreas, que la someta a una exhibición de su ferocidad, como sólo un León exacerbado puede hacerlo, demostrándole así que la ama, que ella es la única que tiene el poder de inflamar sus emociones hasta producir semejante conflagración.
En cuanto al juego de las negaciones, las reglas son las mismas para ella y para él. Ella asumirá un tono cáusticamente irónico y acusador cada vez que él la deje para ir a alguna parte solo, y dejará patente que no la engaña, que ella conoce el comportamiento promiscuo que tiene con sus admiradoras cuando se pierde de vista, porque una mujer no le basta para satisfacer su apetito erótico propio de la jungla… aunque interiormente sabe que no le es infiel, ni de palabra ni de hecho. Pero necesita vehementemente oír su negativa apasionada, leerla en sus ojos. ¿No es éste un juego inmaduro, frustrante e inútil para un hombre y una mujer que se aman? Como ella es mutable (más adaptable) y él es fijo (terco), ella es la que deberá comunicar primero que está harta de la verificación, que desea empezar de nuevo y que las cosas vuelvan a ser como antes, cuando se tomaban confiadamente de la mano, como niños dichosos… cuando se tocaban tiernamente, desbordantes de júbilo al descubrir juntos un nuevo milagro cada mañana… cuando todo lo que él hacía era maravilloso y la llenaba de adoración… cuando todo lo que ella decía era mágico, valioso y entretenido. Cuando bastaba la proximidad de la cálida fuerza y la serena sabiduría de él para hacerla estremecer… cuando la valerosa sonrisa bufonesca de ella hacía que él sintiera un vuelco en el corazón y un nudo en la garganta, mientras se juraba a sí mismo que la protegería eternamente y que nunca permitiría que nadie lastimara a esta mujer alegre y generosa, pero tan tremendamente vulnerable.
Nunca más, como la habían lastimado antes de que él la conociera. Esto es lo único que ella debe hacer: tomar la iniciativa para discutirlo. Y decir exactamente lo que siente. Sagitario nunca puede fingir con éxito. Él dará el segundo paso, y hará algo que nunca haría con otra que no fuera ella. Le confesará cuán equivocado estuvo, cuántos errores cometió, cuánto, cuánto lo lamenta… cuán falible y humano y temeroso es por dentro en el preciso instante en que proyecta exteriormente tanta confianza y tan frío desapego. Entonces ella también se disculpará… por todas las espinas que hincó en su enorme y adorable zarpa de León y que lo hicieron sufrir tanto, y por todas aquellas veces en que fingió dudar de su lealtad.
Ambos admitirán que durante todo ese tortuoso período de prueba, siempre podían leer la verdad en sus respectivas miradas, sin que importara lo que ambos decían. Las palabras son lo de menos. Después de un rato, cuando ya no tengan nada que comunicarse de una manera u otra, se dormirán juntos en la oscuridad, y por la mañana despertarán convertidos en extraños íntimamente unidos, y oirán la misma música que oyeron la primera’ mañana’ en que los despertó la luz del saber que la búsqueda solitaria había terminado… pero que la exploración de sus respectivos misterios apenas comenzaba. Esta vez, la música es más dulce, los acordes son más profundos, porque conocen de memoria el ritmo y la melodía. Lo mejor de todo es que han aprendido la letra de una nueva canción de sinceridad, que tal vez algún día podrá evolucionar hasta trocarse en una sinfonía. Casi se perdieron el uno al otro, pero interrumpieron el juego antes de que la verdad desapareciera de sus ojos. El hombre Leo y la mujer Sagitario se cuentan entre los afortunados cuyos momentos de pasión y afecto son intercambiables, cuyas necesidades son primeramente sosegadas, y después vehementes… ya sea que fusionen sus cuerpos, sus espíritus o sus mentes. Aquellos cuyas auras chocan entre sí (como los que mencionamos en el comienzo de esta sección) no se tocarán nunca, ni mental, ni espiritual ni físicamente, y siempre se mirarán con apatía. Pero para los Leones y las Arqueras que están destinados a amarse, la vida es una feria mágica de ideas e ideales, de ensueños y descubrimientos. Se estimulan, el uno en el otro, el deseo físico, la exploración intelectual y la búsqueda espiritual. Una vez que han derribado las barreras del falso orgullo de él y del escepticismo de ella, y una vez que han suministrado a su relación la luz solar suficiente para alentar el cálido entusiasmo de él y la renovada fe de ella en el futuro, no tendrán tiempo para jugar.
Sus días y noches estarán poblados con un millar de aventuras, tanto si viajan juntos a alguna parte (cosa que harán con frecuencia) como si se tumban sencillamente en el jardín trasero de su casa en una noche estival para contar las estrellas y escuchar el coro de los grillos. Sin embargo, ella deberá precaverse para no caer en la astuta trampa del León, y deberá abstenerse de corregirlo cuando él le señale a Espiga, en el firmamento, y ella sienta la tentación de decirle que en realidad se trata de Arturo. Él lo sabe. Sólo pone a prueba sus conocimientos de astronomía. Cuando ella sepa finalmente… que él sabe siempre… estarán a mitad de camino de la meta. Si han de jugar, hay centenares de juegos más entretenidos que el de la verificación. Ella deberá regalarle uno para su cumpleaños, en agosto, ceñido con cintas anaranjadas y amarillas y doradas, del color del Sol… y tal vez deberá garrapatear un poema en la tarjeta, para insinuarle cómo deberán ser sus relaciones a partir de ahora, cuando piensen que están a punto de debilitarse y de volver a las andadas.
Adaptación de Linda Goodman
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Supongo que soy de esas sagitarianas que describes conociendo a ese leo que tan bien maneja los silencios. Y tras encontrarnos y sentirnos vibrar, como vibra el firmamento cuando un trueno irrumpe-, él prefiere sus tiempos. Como mi orgullo está primero, aquí estoy, revisando el teléfono constantemente, esperando que deje de lado este juego absurdo de prolongar el tiempo para vernos.
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Es perfecto lo que está escrito acá soy leo y las parejas que siempre e tenido son zagitario es cierto
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Bello este texto es de la famosa astróloga Linda Goodman del libro «Los signos del zodíaco y el amor» Búscalo.
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