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Hombre GÉMINIS Mujer LEO

Deben reconocer que toda Leona alimenta, con la mayor naturalidad, el deseo instintivo de domesticar al hombre que ama, de convertirlo en algo de su exclusiva propiedad. Necesita un hombre en quien pueda depositar una confianza absoluta, un hombre que sea obviamente más fuerte que ella y que, sin embargo, la venere sin reservas. Es mucho pretender. Sobre todo cuando se propone domesticar a un Géminis. En el juego del amor, como en el juego de la vida y el vivir. Anda rondando, siempre con algunas cartas escondidas en la manga, y conoce las manos de todos y confía en que, si fuera necesario podría hacer pasar un par de sietes por un póker de ases. Sabe mucho de todo, pero no lo suficiente como para dar el gran golpe y poner fin al desafío que tanto lo desconcierta. Al Géminis le parece más razonable ser aprendiz de todos los oficios y oficial de ninguno. Verán, es que una vez que te conviertes en experto en cualquiera de ellos, la gente tiene la fastidiosa costumbre de pretender que te quedes donde estás, haciendo siempre lo mismo. Géminis es un signo de Aire, constantemente impulsado por la necesidad de cambio, de cualquier cambio con tal de que sea un cambio, pequeño o grande, que lo lleve al próximo garito con puestas interesantes. A diferencia de los otros dos signos astrológicos, Leo y Sagitario, los Gemelos siempre quieren entrar y salir deprisa, con una ganancia o una pérdida rápida, para después repetir la tentativa. Géminis piensa que si intervienes en suficientes partidas, al fin triunfas sobre los errores de criterio y la mala suerte.

Para el hombre Géminis típico, nada de inversiones a largo plazo en una carrera, en vínculos familiares, en la amistad o el romance. Al menos, no mientras es joven. (Por supuesto, deben comprender que esto puede abarcar mucho tiempo, porque Géminis nunca envejece.) Para el típico hombre regido por Mercurio, la vida consiste en una serie de dirigibles de juguete y frágiles burbujas de jabón, que discurren entre un atajo de niños traviesos armados con alfileres punzantes. Hay que ser ágil para saltar por encima de ellos, para guiar los dirigibles y dispersar las burbujas fuera de su alcance, en el momento justo, de dónde provienen los dirigibles y las burbujas? Jamás se lo ha preguntado. Sólo sabe que nunca cesan de llegar. Hay que ser veloz: para seleccionar los mejores y detectar aquellos a los que hay que cortarles el cordel antes de que se desinflen. Aquellos dirigibles de juguete, se entiende. En cuanto a las burbujas de jabón, es hermoso contemplarlas y divertido inflarlas, pero Géminis no comete el error de pretender hacerlas durar. Los dirigibles son distintos. Son más resistentes, y es posible que uno de ellos lo lleve a donde él va… si supiera, al menos, qué lugar es ése. Tomemos a las mujeres, por ejemplo. Géminis sabe —o cree saber— cuál de ellas volará con él y no lo frenará colgándose de su manga, y cuáles son las que debe rehuir porque creen que el volar es para los pájaros. (Lo es, pero esto incluye a los pájaros de Mercurio, como él.) Al principio, pensará que la Leona pertenece a la primera categoría, porque ciertamente no se le colgará de la manga. Tiene otros recursos, más sutiles, para frenarlo. Ésta es, como tal vez el lector ya lo sepa, una de esas relaciones predestinadas de la configuración de signos solares 3-11, planeadas hace mucho tiempo por sus personalidades superiores.

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Eros y Psique: el amor predestinado

Termine en amor o amistad, está igualmente llena de obligaciones kármicas, signadas a menudo por un extraño destino, que siempre impulsan a cada una de las partes hacia un sacrificio inusitado o una devoción excepcional… o hacia el uno y la otra. El que la vibración 3-11 (algunas, desde luego, implican negocios o vínculos con familiares consanguíneos) desemboque en un amor perdurable o en una relación platónica depende de muchas cosas, entre las que se cuentan los aspectos mutuos de sus soles natales, signos lugares y ascendentes, y otros intercambios planetarios entre sus cartas natales. Si la chica Leo se propone entablar una relación estable, antes deberá domarlo. Esta operación no se parecerá a la doma de ninguno de los otros animales machos del zoo astrológico. Es más complicada. El hombre Géminis es más escurridizo y evasivo. Además, recuerden que son dos. Las compuertas de salidas de los Gemelos se hallan ocultas tras una locuacidad y unos modales tan cautivantes que este hombre es capaz de desaparecer mientras la chica aún desfallece bajo el velo de seducción con que él la envolvió, como si de una delicada telaraña se tratara, para disimular su partida y hacérsela más soportable. (Es un hombre de buen corazón.) Pero la Leona les lleva la delantera a estos ardides de Mercurio, porque la mujer Leo no desfallece por los hombres. Los hombres desfallecen por ella, y no olviden este detalle.

Para el hombre Géminis todas las mujeres son iguales: seres que amenazan su libertad, que recelan de su comportamiento imprevisible, que siempre exigen que él las ame hoy exactamente como las amó ayer. ¿Cómo es posible que las ame así, cuando sus emociones tienen tantas magnitudes distintas de profundidad y envergadura? Tarde o temprano, la mujer empieza a regañarte porque no tienes un objetivo concreto, ¿y a quién se le ocurre correr en pos de cosas sólidas? Como la mayoría de las mujeres aburren al hombre Géminis, que las encuentra a todas iguales, la chica Leo deberá convencerlo de que no se parece a las demás. Deberá enseñarlo… para que él aprenda a escuchar sus pasos, su risa, su voz… para que se dé cuenta de que su vibración es singular y sólo a él le suena a música, y de que su aura es distinta de la de cualquier otra mujer del mundo. Ella deberá sembrar todos estos recuerdos en la cabeza de él y convencerlo de que es única. La chica que ame a este hombre deberá mantenerse a la par de su mente y su cuerpo, para no hablar de sus dos personalidades independientes y de sus múltiples estados de ánimo.

Al cabo de un tiempo empezará a verla como la mujer más singular que ha conocido en su vida. Existe una marcada diferencia, y la Leona comprenderá enseguida a qué me refiero. En realidad, esta mujer es única. Es una «dama» innata, y ya no quedan muchas así. La mujer Leo puede revolcarse por la hierba, trepar a un árbol, cambiar un caucho o ejecutar una serie de actos que tradicionalmente pasaban por ser poco femeninos, pero su talante seguirá siendo tan espontáneamente garboso y aplomado como si estuviera avanzando por una alfombra roja hacia el lugar de su coronación. (Una chica debe tener mucha clase para conservar la tiara derecha mientras levanta el eje trasero de un auto.) El aura regia está siempre presente. Si alguien se ríe, se burla de ella o comete el tremendo error de tratarla con excesiva familiaridad cuando ella no lo ha invitado a entrar en su círculo íntimo, la Leona se encerrará en una gélida torre de altivez tan imponente que el trasgresor huirá con el rabo entre las piernas o deseará que la tierra se abra y lo trague misericordiosamente. Al igual que la típica mujer capricorniana, la Leona típica irradia un aire patente e inconfundible de refinamiento. Este, ya sea real o sólo ilusorio, es tangible y visible. El único punto débil que existe en su armadura de majestuosa dignidad es la tendencia de Leo a ser obviamente vulnerable a las lisonjas. En cualesquiera otras circunstancias, empero, la sangre regia corre con un marcado tinte azul, y sus modales son altaneros, orgullosos, propios de una reina.

Él deberá acostumbrarse (y probablemente se acostumbrará de muy buen grado) a dejar que ella coseche la mayoría —o todos— los aplausos en público. La Leona atraerá sobre sí casi toda la atención, aunque no la busque. Esto es producto del sutil manto de realeza que flota sobre todos los Leo que han nacido hasta hoy. Aunque ella le hable con la mayor dulzura, aunque ella lo mire con adoración, como si él fuera la estrella del espectáculo, casi todas las cabezas se volverán hacia ella y no hacia él, y esto ocurrirá independientemente de que él sea muy apuesto, vivaz, ingenioso e inteligente. En el porte de ella, en su forma de hablar lánguida y confiada, en la forma en que aparta descuidadamente la melena de sus ojos con un movimiento de cabeza, hay algo que sugiere la presencia de un carisma real. Ella lo hace sin mala intención. Una auténtica Leona noble, cariñosa y enamorada, nunca usurpa deliberadamente el puesto de su consorte (ni de ninguna otra persona). Pero no puede evitar que los nativos estén inquietos y claven los ojos en ella. Por suerte, el hombre Géminis casi nunca es exagerada o indebidamente posesivo, así que probablemente interpretará la popularidad de ella como otro elemento de su singularidad. (Ya ven, lo están domando gradualmente.) Estadísticamente, la compatibilidad sexual de los amantes de estos signos solares exige a menudo ciertos ajustes y compromisos recíprocos. Para empezar, nada puede enfriar el calor de una Leona tanto como un engaño o la deslealtad de su consorte, y esto lo incluye todo, desde un coqueteo inofensivo hasta una infidelidad sexual concreta. Al hombre Géminis le resultará más fácil perdonar los celos y el fogoso orgullo posesivo de la Leona cuando la situación se invierta, porque entonces ella le dará una idea clara de la sensación que producen la indiferencia y el rechazo. A él esto no le gustará nada, pero su indignación no será tan grande como la de ella, en la misma situación. Géminis lo toma todo un poco más a la ligera que el resto de la gente, y por cierto mucho más a la ligera que un signo de Fuego tan vehemente como Leo.

Sin embargo, cuando ella lo haya domado realmente, es posible que los celos nunca sean un problema para ninguno de los dos. Entonces el problema será de simple técnica romántica. La Leona bien amada es una mujer excepcionalmente afectuosa y cariñosa. Puede desplegar una pasión exacerbada y una lánguida sensualidad. Pretende que el hombre le haga el amor con refinamiento. El Géminis sencillamente destila refinamiento, encanto y delicadeza. Pero a veces su toque puede ser tan sutil, y sus técnicas de seducción tan etéreas, que ella intuye que podría volatilizarse delante de sus ojos, antes de que se colme su amor físico. Para satisfacer las necesidades más profundas de ella, que son evidentemente más fogosas que las de él, tendrá que subyugarla de vez en cuando con una escena dramática de entrega frenética y estática. Por lo menos, él deberá hallar a menudo la forma de hacerle saber que no puede resistir la magnética alquimia sexual que se forja entre ambos. Para ella, la unión física es algo más que un desafío intelectual de Mercurio o un ejercicio emocional. La Leona aún oye el débil llamado de la jungla.

Pero se desplegará tiernamente ante la acometida imaginativa de Géminis si él aumenta ocasionalmente su vehemencia, y si recuerda que ella necesita que le digan cuán bella y deseable es, para reaccionar cabalmente. «La mujer es bella sólo cuando es amada.» Especialmente la mujer Leo. Este hombre y esta mujer son pródigos con las palabras… y con el dinero. Comparten un gusto exquisito, les encanta acicalarse, son igualmente aficionados a los viajes, a la literatura y a las artes. También son igualmente expertos en conseguir lo que anhelan: ella merced a la adorable cualidad de reivindicarlo como un derecho, y él mediante su irresistible adulación. A la chica Leo le resultará más fácil domesticar al hombre Géminis si recuerda las reglas para domesticar a cualquier pájaro inquieto y activo, pero curioso. Se necesita mucha paciencia, y hay que empezar por sonreírle con los ojos, desde lejos… cuidando de no moverse demasiado aprisa, para no espantarlo. Al comienzo lo mejor es la comunión silenciosa, porque las palabras, sobre todo entre estos dos signos solares, contienen a menudo las semillas del malentendido. Entonces, si ella se le aproxima un poco más cada día y nunca le da motivos para pensar que su libertad está amenazada… El hombre Géminis necesita que le recuerden que en su existencia cambiante, mercurial, hay algunos elementos que son muy especiales —y únicos— en todos los mundos por donde anhela deambular. Por ello será más feliz después de que lo dome la orgullosa Leona, aunque no sea más que por la nueva belleza del ámbar que nunca podrá volver a mirar sin recordar las vetas doradas de sus ojos.

Adaptación de Linda Goodman

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